Semana Santa de Alhama de Murcia

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Pregón 1999

D. Emilio Saura Gómez
Catedrático de Filosofía del IES Valle de Leiva.

Señoras y señores:

La Junta de Cofradías ha tenido a bien encargarme el Pregón de Semana Santa, lo que constituye para mí un gran honor. Y no sólo por la confianza que me demuestran, sino también por la oportunidad que me brindan de profundizar en el sentido de los desfiles procesionales y de colaborar a que el pueblo alhameño y quienes nos visiten en estos días se hagan una justa idea del Acontecimiento que llevamos tan en el corazón.

Alhameño de adopción, no llevo las procesiones en la sangre desde mi nacimiento. Sin embargo, he aprendido poco a poco a sentirlas, he experimentado a través de ellas la nostalgia de una época más religiosa y menos extraviada. He visto el estremecimiento en los rostros al paso de la procesión del Silencio, la compasión ante Cristo sufriente y la Virgen Dolorosa, la concentración solemne ante el Encuentro del Viernes Santo, la alegría emocionada ante el Encuentro glorioso de Jesús con su Madre el Domingo de Resurrección..... He percibido cómo se transmite de padres a hijos el sentimiento de participar en algo grande y antiguo.

En años anteriores, personas pertenecientes a diversos ámbitos profesionales e ideológicos han comentado con gran acierto los más variados aspectos de la Semana Santa alhameña. Por mi parte, quisiera reflexionar brevemente sobre el mejor modo de transmitir el Acontecimiento que en estos días sagrados celebramos: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Pues hay modos abstractos y concretos, los que ponen el énfasis en el espíritu y la idea y los que se dirigen a todo el ser, espíritu, alma y cuerpo utilizando el lenguaje de los símbolos.

Dejando a un lado el lenguaje de la liturgia, que hace presente de un modo privilegiado el Acontecimiento en la Iglesia a lo largo del ciclo anual, podemos centrarnos en algunos otros. Uno de ellos es la transmisión abstracta, la comunicación de ideas. Otro es la literatura, que pretende y a veces consigue dar cuerpo a un fragmento de esa realidad concreta y misteriosa que es la vida. Otro lo constituyen las obras escultóricas y pictóricas presentes en los templos y museos. No digamos la música, que tanta importancia tiene en las celebraciones de la Semana Santa y que ha hallado su cima en el canto gregoriano (que inspiraba una sana envidia al propio Mozart) y en ciertas composiciones musicales como la "Pasión según san Mateo" de Juan Sebastián Bach, ese genio que habita en un lugar apenas visitado por la mayoría de los músicos.

Hay que decir que el lenguaje de las ideas y el de la literatura, con ser bastante adecuado para reflejar el Acontecimiento, no lo es tanto como el de otras artes y, sobre todo, el de las representaciones escénicas y los desfiles procesionales, en los que símbolos e imágenes juegan un papel primordial. En efecto, el lenguaje escrito se dirige más que nada a la mente, mientras que el otro habla al cuerpo, al alma y al espíritu y, comenzando por los sentidos, primordialmente el de la vista y el del oído, hace vibrar en nosotros todas las cuerdas y todos los registros.

Por otra parte, si, como decíamos antes, la liturgia es el modo privilegiado, sacramental de hacer presente el misterio de la Redención, hay que reconocer que sólo llega a los cristianos practicantes. En cambio, los desfiles procesionales con sus "pasos" (pocas veces se utilizó la palabra de un modo tan exacto, pues todos ellos quieren evocar el único Paso que en estas fechas celebramos: el de la Muerte a la Vida, que eso significa la "Pascua" o el "Paso" del Señor), pensados para las calles y plazas de nuestras ciudades, alcanzan a mucha más gente, por indiferente que parezca en el plano religioso, y graban a fuego en su inconsciente los momentos clave del drama de Jesús. El barroquismo del color, el sonido, las vestiduras, la imaginería, en definitiva, la materia transida de espíritu es portadora de un simbolismo destinado a transmitir una realidad superior, no sometida a la fluctuación de la historia o al vaivén de las opiniones.

Es verdad que podríamos discutir sobre si el arte barroco es el más idóneo para transmitir el Acontecimiento, o si resulta inferior al gótico y, sobre todo, al románico. Conforme entramos en la época moderna, el ideal de artista anónimo va perdiendo terreno, de manera que se corre el riesgo de que la subjetividad del artista, sus sentimientos o convicciones individuales sean un obstáculo a la hora de transmitir fielmente el contenido sagrado de la tradición. A este respecto viene bien recordar, por ejemplo, que a los iconos más antiguos se les llama "no hechos por mano del hombre" o "angélicos", como para indicar que fueros elaborados en un estado espiritual en que la inspiración artística y la vivencia de Dios iban indisolublemente unidas. Sin olvidar ese icono por antonomasia, esa "estatua de luz" que es la Sábana Santa, que ha conmovido los cimientos de la ciencia y está sirviendo de testimonio para muchos: una mortaja que recibe la huella luminosa del cuerpo del Redentor y nos da a entender que la muerte no es la última palabra.

Pero, más allá del mayor o menor poder evocador del arte y de la representación escénica hay algo fundamental, la voluntad del pueblo, personificada en las Cofradías, de cumplir fielmente su papel. Lo que dio origen a las procesiones de Semana Santa fue -no lo olvidemos- la fe, más o menos explícita, más o menos cultivada.

A menos que haya sufrido una desviación, de la que suele ser escasamente responsable, el pueblo lleva en él una plasticidad que le hace ser algo así como un recipiente o depósito en el que se conservan sin alterarse, bien es verdad que de manera pasiva, las mejores influencias espirituales. El pueblo no tiene nada que ver con la masa moderna, generalmente contaminada por el racionalismo y el materialismo de los falsos intelectuales.

Por eso hay que recuperar la religiosidad popular a partir de lo que en la gente hay de natural y de no estropeado por el consumismo, el materialismo y el afán contagioso de tener a toda costa "opinión propia". Así podremos acoger debidamente todos aquellos valores, actitudes y costumbres que llevan la impronta del espíritu. A imagen de la tierra y del agua, los elementos más humildes, el pueblo es el que mejor sintoniza con el misterio de la existencia. No la masa "enterada", que deforma todo cuanto toca. Sólo la humildad nos permite abrirnos a la grandeza del misterio y no la suposición de que constituimos la generación más evolucionada y despierta de cuantas en el mundo fueron. En este sentido, las procesiones de Semana Santa nos ayudan a reconstituir o a reencontrar la dimensión religiosa oculta en el inconsciente.

¿Y cómo ayudar por vuestra parte a quienes contemplan los desfiles procesionales a redescubrir los contenidos religiosos que ellos guardan soterrados o tal vez reprimidos desde su infancia o desde una época posterior? Poniendo toda vuestra atención y todo vuestro ser en lo que vais a hacer, imitando a aquel humilde que trabajaba en las obras de edificación de una catedral y que, preguntado sobre la finalidad de su tarea, no contestó simplemente "Me gano la vida", sino "Construyo una catedral". Sólo así, el mensaje de la Redención, plasmado en cada uno de los detalles de los "pasos" y solidificado en cada gesto, podrá ser captado y, como diríamos hoy en lenguaje informático, procesado por la mente consciente de cuantos asistan a vuestra representación.

¿Y qué es lo que con tanta fuerza y dedicación quieren transmitir cuantas cofradías participan en las procesiones de Alhama, enriquecidas cada año que pasa con nuevos tronos, imágenes o símbolos? No la llegada de la primavera, ni el estallido del color de los campos de Alhama, ni la sinfonía de sensaciones que acompaña a la anual renovación de la naturaleza, fenómenos que nos hablan únicamente de la repetición del tiempo y de nuestra incapacidad para escapar a su mortal abrazo. Celebramos ni más ni menos que esto: el misterio de la Redención del género humano, realizado a través de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, el acontecimiento central de la historia, el que nos otorga la posibilidad de vivir más allá del tiempo, de alcanzar nuestro destino eterno en un mundo cuya armonía y resplandor sólo podemos vislumbrar débilmente desde nuestra pobre atalaya terrestre.

En la sociedad mediática en que vivimos se ha llegado a un verdadero "parto de los montes": disponer de una cantidad impresionante de medios para, en definitiva, no decir nada. Por lo demás, todo se centra en el espejismo de la imagen, que, en lugar de ser un medio que nos lleva a la realidad, corpórea y espiritual, se ha convertido ella misma en un fin.

No os avergoncéis ni sintáis el menor complejo de inferioridad ante una cierta mentalidad ambiental, supuestamente progresista, que todo lo iguala y que se caracteriza por la debilidad de pensamiento, la ausencia de ideas y la trivialidad rampante. Vosotros tenéis un mensaje muy importante que transmitir y, si ponéis vuestra voluntad en ello, conseguiréis grabarlo en la mente y en el inconsciente de cuantos os vean. Así realizaréis una labor que es digna de todo elogio: educar a las jóvenes generaciones, muy sensibles, por otra parte, al mundo de la imagen y del sonido, transmitiéndoles vuestra personal vivencia de la fe cristiana.

Muy sensible a los acontecimientos aparentemente casuales, en los que se manifiesta la inteligencia que todo lo gobierna, no puedo dejar de observar la feliz coincidencia de que el pregón de este año se pronuncie el día de san José, reflejo terrenal del Padre Eterno, cuyo año estamos celebrando como último escalón para el Jubileo del año 2000, que todos deseamos fructífero en el plano espiritual. Nadie mejor que el Santo para ayudarnos a que este año suponga un hito especialmente importante en el retorno de las procesiones a sus orígenes religiosos y cristianos.

Hoy que domina el ambiente de analfabetismo peor que el que una vez combatimos, conviene que estemos unidos cuantos luchamos para no ser sumergidos por la marea alta de la vulgaridad. No están las cosas para desperdiciar esfuerzos en inútiles polémicas. Las masas son incultas, el pueblo, no. Y la auténtica cultura es inseparable de la religión.

Para terminar, quiero expresar mi gratitud y la del pueblo alhameño en general a quienes llevan sobre sí el peso de las procesiones: a la Archicofradía de nuestro Padre Jesús Nazareno, los "moraos", el color que simboliza la identificación completa del Hijo con la voluntad del Padre durante la Pasión, la unión de verdad y bondad, de amor y sabiduría, "pues sólo el amor es digno de fe". A la Hermandad de la Verónica, la de los "coloraos", el color que simboliza el amor divino, y a la que da nombre la valiente mujer que no dudó en enjugar el rostro de Cristo en el camino hacia el Calvario. A la Cofradía de María Magdalena, a la que "se le perdonó mucho porque amó mucho" y cuyo azul es símbolo de la verdad y de la sabiduría; no olvidemos que la tradición la llama "la apóstola de los apóstoles", pues fue la primera que vio a Jesús Resucitado y lo anunció a los demás. A la Cofradía de san Juan Evangelista, el discípulo amado, el que compartió los más profundos misterios con el Maestro; su color, el blanco síntesis de todos los demás, simboliza la unidad de Dios de la que todo procede. Y a la Hermandad de nuestra Señora de los Dolores, modelo de participación en los sufrimientos de Cristo, en la que campea el color negro, que representa la lucha contra el mal y la purificación a través del dolor.

Les agradezco, pues, su esfuerzo a todas estas personas y solicito de cuantas asistan a las procesiones una actitud acorde con el drama que vamos a contemplar. Y concluyo pidiendo seriedad y unción para que, poco a poco, las procesiones retornen a sus orígenes. ¡Alhameños, silencio rendido ante el Señor que pasa, ante la Pascua del Señor!

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